Llorar es amar.
Me he dicho esto un par de veces, he chocado con realidades a las que a veces añado un poco de sutileza para que no me desgarren de manera abrupta el ego, en lo poco que queda... He observado con más ímpetu la relación que tengo conmigo misma para así ver, más de lo que ya he visto en ti. He limpiado mi estanque para dejar todo en orden y aún así, hay humedad. He quebrado mi orgullo, he quitado mi sombra, me he hecho mucho daño. He estado aquí. Justo en este espacio entre lo que se ríe y se llora. Me he inclinado a mi misma para suplicarme, una vez más, que ya no más. De esto se trata ¿No es cierto? ¿Qué acaso no es esta la forma en la que se ama? Entregando el alma y recibiendo virutas... como sólo tú lo sabes. Cuando haces daño no se si es como dicen "quédate con los buenos momentos". ¡Y sí que los hay! Pero, por otro lado; sus acciones son el disparo. "No puedo extender mi tristeza a tanto..." pienso. Luego están esas expectativas, de esas que son bien alejadas del cielo, de mi tiempo, de mi estar y no sentir, de este santiamén de mentiras en una sola canal... De mi realidad. De esas (sus) acciones en las que tengo que echar tierra y este gran repertorio de convencionalismo barato a mi misma. Mi cabeza inventando lo contrario a lo que espero, a mis ideales... Y así pasa todo; pero me quedan sus palabras. Me queda el dolor luego que pasa la anestesia. Me queda lo contundente de su voz, de sus afirmaciones. Me queda ese dolor en un espacio muy mínimo pero que ya hace un tiempo se llena. Y es el dolor de a gotas, ese que a la larga, hace tanto daño. Ese dolor que guardo detrás de los dientes cuando sonrío. Ese dolor punzante en mis costillas, en mis vértebras... en mi vida.
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